El Juego de la Medianoche.

La noche era densa, el aire cargado de un silencio que parecía vibrar con promesas oscuras. Daniela Zhukov, una mujer de carácter feroz y belleza afilada, no tuvo tiempo de reaccionar cuando las sombras se cerraron sobre ella. Había estado caminando por una callejuela desierta, sus tacones altos resonando contra el pavimento, cuando una figura emergió de la penumbra. Antes de que pudiera gritar, un paño húmedo cubrió su rostro, y el mundo se desvaneció en un torbellino de cloroformo.

Despertó en un lugar desconocido, el aroma a cuero y cera quemada llenando sus sentidos. Intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas con cuerdas de seda negra, firmemente anudadas a los brazos de una silla de madera tallada. Sus ojos se abrieron de golpe, y lo primero que vio fue a Mistress Carly, de pie frente a ella, una silueta imponente envuelta en un corsé de cuero negro que moldeaba su figura como una armadura sensual. El corsé estaba adornado con cierres plateados que brillaban bajo la luz tenue de las velas, y un par de medias de rejilla se aferraban a sus piernas, sostenidas por un liguero de encaje rojo que parecía sangrar contra su piel pálida. Sus botas de tacón alto, relucientes y puntiagudas, golpeaban el suelo con un ritmo deliberado mientras se acercaba.

"Bienvenida, Daniela", dijo Carly con una voz que era a la vez terciopelo y acero. Sus labios, pintados de un rojo oscuro, se curvaron en una sonrisa peligrosa. En sus manos sostenía una ball gag roja, brillante y húmeda, como si acabara de ser preparada para este momento. Daniela intentó hablar, pero su garganta estaba seca, y antes de que pudiera articular una protesta, Carly se inclinó sobre ella, el aroma de su perfume —una mezcla de jazmín y cuero— invadiendo su espacio.

"No hables", susurró Carly, y con un movimiento rápido, colocó la bola de goma entre los labios de Daniela. La ball gag se ajustó con firmeza, las correas de cuero negro mordiendo las comisuras de su boca mientras Carly las aseguraba detrás de su cabeza. Daniela gimió, un sonido ahogado que resonó en la habitación, y sus ojos se llenaron de una mezcla de furia y miedo.

Carly dio un paso atrás para admirar su obra. Daniela estaba magnífica en su vulnerabilidad: llevaba un vestido ajustado que había sido rasgado estratégicamente, dejando al descubierto sus piernas envueltas en medias de nailon negro, brillantes y sedosas, que terminaban en un par de tacones altos de charol rojo. Carly se arrodilló frente a ella, sus dedos enguantados en cuero deslizándose por las medias, trazando las curvas de sus pantorrillas hasta llegar al liguero que Daniela aún llevaba puesto, un detalle que Carly no había esperado pero que le arrancó una risa baja.

"Qué delicioso gusto tienes", murmuró, y con un movimiento experto, desató las cuerdas de las muñecas de Daniela solo para volver a atarlas detrás de su espalda, forzándola a arquearse en la silla. Luego, Carly se levantó y tomó una capucha de piel de una mesa cercana. Era una pieza exquisita, de cuero negro brillante, con costuras rojas que delineaban los bordes y pequeños orificios para la nariz. Daniela sacudió la cabeza, sus mechones rubios cayendo sobre su rostro, pero Carly fue implacable. La capucha descendió sobre ella, envolviéndola en una oscuridad absoluta, el cuero ajustándose como una segunda piel mientras las correas se cerraban en su nuca.

Privada de la vista, Daniela sintió cada sensación multiplicarse. El roce de las medias contra sus muslos, el peso de los tacones en sus pies, el corsé invisible que Carly debía estar ajustando en su mente para ella misma. Entonces, escuchó el crujido del cuero y el tintineo de hebillas: Carly estaba preparando algo más. Daniela sintió manos firmes levantarla de la silla y guiarla a ciegas hacia lo que parecía una cama. El colchón crujió bajo su peso, y pronto sus tobillos fueron separados, atados con más cuerdas a los postes de la cama. Estaba expuesta, inmovilizada, y el aire fresco rozaba su piel donde el vestido había sido arrancado.

Carly se inclinó sobre ella, su aliento cálido contra el cuello de Daniela mientras susurraba: "Esto no es un castigo, querida. Es un regalo". Daniela sintió un roce frío y metálico entre sus piernas, seguido por la presión de algo suave pero implacable. No podía verlo, pero lo supo al instante: Carly había traído un juguete, uno diseñado para forzarla al borde y más allá. El zumbido comenzó, bajo al principio, y Daniela se tensó, su cuerpo traicionándola mientras el placer empezaba a construirse contra su voluntad.

Las manos de Carly eran expertas, moviéndose con precisión mientras ajustaba el dispositivo, asegurándolo entre las piernas de Daniela. El corsé de Carly rozaba su piel cada vez que se inclinaba, el cuero crujiendo con cada movimiento, y las medias de Daniela se deslizaban contra las cuerdas, amplificando la sensación de restricción. La ball gag amortiguaba sus gemidos, pero no podía ocultar los sonidos desesperados que escapaban de su garganta mientras el placer crecía, implacable y abrumador.

Carly se sentó a su lado, sus botas de tacón alto rozando el muslo de Daniela mientras observaba, fascinada. "Lucha si quieres", dijo con una risa suave, "pero no vas a ganar". Y no lo hizo. Daniela se retorcía contra las cuerdas, el cuero de la capucha calentándose con su respiración agitada, las medias rasgándose ligeramente en su forcejeo. El zumbido aumentó, y el cuerpo de Daniela se arqueó, un grito ahogado escapando de la gag mientras el orgasmo la atravesaba, forzado e inevitable, una ola que la dejó temblando y jadeante.
Carly apagó el dispositivo, pero no desató a Daniela de inmediato. En cambio, se inclinó sobre ella, sus labios rozando la piel expuesta de su cuello mientras susurraba: "Esto es solo el comienzo". Quitó la capucha lentamente, dejando que los ojos de Daniela se ajustaran a la luz, y por un momento, sus miradas se encontraron: la de Carly, triunfante y ardiente; la de Daniela, exhausta pero encendida con algo nuevo, algo que no podía nombrar.

La habitación quedó en silencio, salvo por el sonido de sus respiraciones entrecortadas. Las medias estaban rasgadas, los tacones torcidos, el corsé de Carly brillando con sudor. Daniela, aún atada, sabía que no había escapatoria, pero por primera vez, no estaba segura de quererla.

Escrito por ...
Mistress Carly

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